domingo, 27 de febrero de 2022

Dibujar, garabatear...

Dibujar, garabatear... que otras personas vean aquello que uno crea, puede ser una necesidad. Sé de personas quienes guardan los manuscritos de libros acabados, en un cajón. Supe, en mi psicoanálisis de tanto tiempo atrás, que la "obra" no mostrada..., como que carecía de sentido. No seguí lo suficiente, aunque fuesen 21 años, para entenderlo. La pregunta, "más profunda", que me he hecho (y sin pretender la respuesta), ha sido: ¿se relacionará con la compulsión humana a mirar? Siempre, casi siempre he guardado las cosas que he hecho, Creo que al principio por considerarlas como una producción "menor". 

Algo que si resolvió mi análisis, fue la comprensión sobre una dualidad constante, y radical. Me gusta la ilustración científica, estudio en profundidad la materia de "aquello" que la ilustración debe ayudar a explicar. Las que más adoro, son las ilustraciones de animales. Trataban de ayudar a la identificación del aves, mamíferos o tortugas marinas. Si esa era su función, yo debía rozar muy cerca, la perfección. Sólo hago cosas con sentido para mí. Quizá por eso, hice estas ilustraciones de forma gratuita. Eran para los proyectos de otros. Pero yo sentía que esos proyectos eran útiles, y mis ilustraciones era una forma de ayudar y, "casi" pertenecer al proyecto.  útil paraUna se trato de que todo fueron encargos que me hicieron y que yo realizaba de forma gratuita pues sentía placer y disfrute en hacerlas y verlas reflejadas en un libro. Pero incluso, más importante que eso, era para mí su utilidad, que exigía la búsqueda de esa perfección. No me importaba que el proyecto perteneciera a otros pues para mí pues para mí participar. 
Se puede pensar que mi motivación última era, al final, pintar (están hechas con óleo sobre papel vegetal). Pero puse la misma pasión en numerosas ilustraciones "en vivo" de técnicas quirúrgicas. En ellas, el "mosquito", la pequeña pinza que clampaba un vaso, debía estar tan perfectamente colocada, como lo estuvo su original. Pero en la ilustración, a la diferencia de una foto, no aparecían sangre, gasas, ni ningún tejido que ocultarse la colocación del instrumento. 
Pero, esto, una creación con la que verdaderamente disfrutaba, requería de un propósito. Y ese propósito sólo me lo podía dar otro. 

Frente a esto, las ilustraciones de mis cuadernos. No solicitados por nadie, y carentes (para mí), de un proyecto que les diera sentido. Prácticamente siempre rostros. Quizás expresionismo. De hecho, nada me puede aburrir más, que hacer un retrato. Dónde además, aquí sí, me abrumaría la necesidad de perfección y viviría como una carga, su encargo. Incluso, de alguien querido.

No siento necesidad de dar forma a sentimientos o ideas interiores..., salvo, solo una, que creo, muy peculiar, y aún no sé cómo explicar. 
Lo único que deseo, siempre es lo mismo:
La punta del lápiz, la estilográfica, el bolígrafo marca Bic negro (cristal, para quienes conocieron también el Bic naranja), o el lápiz sobre la tableta digital, se posan en un punto del papel. 

Es frecuente que empiece por pintar un ojo, izquierdo. Todo rostro ha empezado por ahí. Pero puede ser cualquier cosa. Y, desde ese punto, una primera línea se traza hacia alguna dirección (yo soy quien sigo al trazo). Y cada línea pide otra. Utilizo muy pocos bocetos... ¿para qué? Luego está el enigmático momento de la conclusión. Que coincide, ahora lo sé, con no poder continuar (casi una parálisis). Mi firma, aparte de señalar mi vínculo con el resultado, es una barrera que señala su final. Ni yo mismo puedo retocar, y trapasar la conclusión. 

Gracias a mi psicoanalista, Sergio Larriera, el dibujo libre y las ilustraciones "perfectas", son dos facetas que en mí se combinan, o que luchan por ocupar la primacía: mi mente instintiva y mi creencia en la Ciencia como búsqueda de lo verdadero y real. 
Otro aspecto que descubrí, fue que lo que consideré siempre con desasosiego, como mi incapacidad para concluir el dibujo, de "rellenar" los grandes espacios vacíos, formaba parte del dibujo. No podía continuar, pues ya estaba acabado, "y yo no lo sabía". Ahora sí sé reconocer en mi que, cuando no puedo continuar, es que está acabado.  

Siento, que una vez finalizado, el dibujo se desprende de mí. Lo reconozco como propio por su estilo (y mi rúbrica); pero por lo demás me puede parecer tan propio o ajeno como a ti. 

Lo que produzco no pretende nada más que existir. Y no yo con ello. Siempre he tenido una sensación extraña, curiosa: que aquello que trazo y dibujo me utiliza para cobrar forma.

Y aquí acaba lo más "profundo", ni he llegado a pensar por qué me siento utilizado. Más interesante es la idea de por qué alguien desea que sus dibujos o escritos sean accesibles a otr@s. No lo negaré, siento ante todo pudor. Supongo que sería una persona más "madura" si no me importara..., pero la verdad es que sí.

Por último, el que siento improcedente obligar a alguien que sienta lo que de mi ve, de determinada manera. Sólo avisar que (casi) siempre, mis dibujos generan inquietud, incluso malestar. Pero, lo único cierto que sobre ellos puedo asegurar, es que nunca reflejan..., nada oscuro. Son benevolentes. (Evito a posta la idea de figuras, "benévolas")

domingo, 16 de abril de 2017






Desde mi experiencia, hacer "lo correcto" no puedo relacionarlo tan categóricamente con tener o no tener miedo (ese "nunca debes"). Las más de las veces, haces cosas correctas, con posibles consecuencias para ti, con miedo. 
Ya sea porque lo decides, con miedo; o porque con fortuna, el propio miedo hace que te "disocies", anulando toda duda, y así, "pases al acto". A modo de un cortocircuito; porque un milisegundo de duda basta, para que ese mismo miedo te congele.  

martes, 8 de diciembre de 2015

de DIBUJOS DE VIDAS IMPROVISADAS a DIBUJOS DE UNA VIDA IMPROVISADA

El cambio del título, ha sido sólo una consideración: ¿quién soy yo para determinar que aparte de la mía, las vidas de los demás sean improvisadas?

Yo, intenté diseñar la mía. Me siento ahora más tranquilo sabiendo que los resultados no son los proyectados. Esta idea, a la fuerza, mitiga el autocontrol de autor de sí-mismo como proyecto. A lo sumo, y pienso en las personas en general, somos autores de un borrador (que pareciera que el editor nunca quisiese aceptar).